Saturday, November 26, 2011

Adviento y la Virtud de la Esperanza

Por el Dr. Marcellino D'Ambrosio
Traducido por Miguel Carranza

Fe, esperanza y caridad. En 1 Corintios 13:13, San Pablo nos dice que estas tres son las virtudes principales. Se les llama virtudes teologales, las cualidades que nos hacen parecernos más a Dios.
Seguramente escuchamos lo suficiente sobre la fe y el amor, pero ¿cuándo fue la última vez que escuchaste una homilía motivadora sobre la esperanza? ¿Y qué significa exactamente?

Para lograr grandes cosas en la vida, necesitas una meta que sea lo suficientemente grande como para mantenerte motivado. La promesa de un diploma hace que los estudiantes universitarios se desvelen escribiendo ensayos cuando usualmente estarían de fiesta. El sueño de la gloria olímpica hace que los corredores se levanten temprano a entrenar, mientras otros duermen cómodamente.

En la vida espiritual, nunca lograremos grandes cosas para Dios a menos que tengamos la mirada en la meta a largo plazo – dicha indescriptible en Su presencia eternamente. El éxtasis de ver cara a cara, a aquel cuya presencia mantiene en asombro a las huestes celestiales, la emocionante compañía de amigos, familia y fascinantes personajes de todas las épocas – purificados, glorificados, obras maestras de amor – esto es lo que traerá el “día de Cristo Jesús” (Filipenses. 1:6) para los que estén listos.

La virtud de la esperanza es la vigorizante y anhelante expectativa de esta gloriosa herencia. Y también es la confianza de que aquel que inició la obra de salvación en nosotros la llevará a feliz término (Filipenses 1:6).
Algunos piensan que los católicos vivimos inseguros, perpetuamente preocupados que no vamos a lograr “pasar de grado”. Por otro lado, hay cristianos que creen que una vez que aceptan a Jesús como Señor y Salvador ya han logrado la salvación definitiva. Dios es fiel, ellos piensan, y nunca se arrepiente de sus promesas. Una vez salvo, siempre salvo.

Esto es parcialmente cierto. La promesa de Dios es segura. Él nos da la gracia para aceptar a Cristo y su salvación, pero Su gracia nunca viene a expensas de nuestra libertad. En otras palabras, Dios es un amante, no un violador. Nunca dobla nuestro brazo y nos lleva en contra de nuestra voluntad. Siempre existe la posibilidad que nos alejemos, como lo hizo el hijo prodigo. Afortunadamente, el hijo prodigo recupero la razón y regreso. Su padre no envió a buscarle. El hijo descarriado regresó por su propia voluntad. La historia pudo haber terminado de otra forma.

¿Hay alguna versión católica de esta “dichosa certeza”? Si, la llamamos esperanza. Tenemos confianza que Dios nos dará la gracia para perseverar e incluso crecer en su amor hasta el “día de Cristo Jesús”.
De acuerdo a Santo Tomas de Aquino, la esperanza es una virtud no principalmente de la mente que cree en la fidelidad de Dios, si no de la voluntad que anhela el cielo con una fuerza que le impulsa hacia adelante, hacia un mayor crecimiento espiritual.

Un opuesto a la esperanza es la desesperación, el no creer que la misericordia de Dios es eterna. Sin embargo, la esperanza tiene otros opuestos, como la pereza o la holgazanería espiritual. Cuando se enfrenta con el prospecto de la vida eterna con Dios, la pereza bosteza y dice “Aburiiiiiiiido”. ¿Te suena familiar?

¿Qué te parece la arrogancia? La esperanza es la humilde confianza que Dios no me abandonará. La impertinencia nos hace presumir arrogantemente que Dios nos debe misericordia, sin importar cuán negligente hayamos sido con los medios de salvación, como la Misa, la oración y la confesión.

La esperanza es un musculo espiritual y al igual que otros músculos, debe ejercitarse para sobrevivir. Los músculos que no ocupamos se atrofian. Así que úsala o piérdela.

Es por eso que cada año la Iglesia nos da una época de Esperanza, el Adviento. Aunque nuestra sociedad la ha vuelto una época de excesos, esta debe ser una época de entrenamiento. Es tiempo para prender la chispa del deseo espiritual dentro de nosotros para que se convierta en llama. Las luces navideñas son preciosas, pero somos nosotros quienes estamos llamados a iluminar el mundo.

(Este articulo fue publicado en “Our Sunday Visitor”, como una reflexión sobre las lecturas para el Segundo Domingo de Adviento, Ciclo Litúrgico C (Baruc 5:1-9; Filipenses 1:4-6,8-11; Lucas 3:1-6) Se reproduce aquí con el permiso del autor).

2 comments:

Bryce said...

Nice! I only recently came across your blog, but have enjoyed this post and will be back to read more.

Jesús Camacho said...

Bryce: Thank you very much for your nice comment, and welcome to my blog.